jueves, 6 de diciembre de 2012

Padre mío, tu mirada

Busco tu mirada y solo me encuentro en el vacío. Busco tu sonrisa, y tan solo me encuentro tu amargura. Mirada de temor en tu semblante. Temor dormido, temor silencioso, temor de humildad. Temor, temor, temor...Sangre que duele, sobre un frío rostro de noche de escarcha y rocío. Sangre que supura, desde lo más profundo de las entrañas. Sangre de vacío y desconsuelo. Dirige tu mirada, Padre Santo, a un cielo de desamor, y danos tu gran amor, con tu ORACIÓN EN EL HUERTO.

 
¿Por qué andas solo, Maestro? ¿Quiénes son esos que decían ser tus amigos y te han dejado solo? Déjame acompañarte, Padre Santo, en este camino del Calvario. Soy débil, me derrumbo, me pierde la vida...pero Señor, yo prometo acompañarte. Busco en tu semblante una lágrima caída y no encuentro. Busco en tu mirada un consuelo y no lo encuentro. Tan solo vacía, y angustia interior. Y Tú estás solo, CAUTIVO, porque te han abandonado tus amigos.
 

 
¿Y ahora qué, Padre mío? Con las manos desprendidas tu te dejas apresar. Sin remedio y sin medida, tú te dejas maniatar. Deja que te siga, maestro. Y pueda entrar a ese pretorio, y sufrir yo por tu causa, y sin morir me espera, déjame que yo lo haga, PANADERO SOBERANO.
 
 
Dulce mirada de tristeza, en esos ojos verdes. Verde esperanza, tiempo de espera. Mientras tanto, lo conducen al pretorio, para ser arrestado y mortificado como vil ladrón. Déjame, Señor, acompañarte, y no dejes que las lágrimas recorran aún tu rostro. Porque yo estoy a tu lado, dispuesto a darme por entero a tí, y para hacerte, si es preciso CAUTIVO Y RESCATADO.
 

 
 
Caifás, ¿por qué humillas a mi Señor? Mirada tensa, semblante recto y sueño profundo. Un solo Señor, que camina por Triana, con el puente por costeros y una Banda Cigarrera, que lo mece con los solos de corneta desde una calle abarrotada hasta la ribera misma del puente. No te dejes engañar, y mantente fuerte, que ahí va tu cuadrilla, SOBERANO DE TRIANA.
 
 
Manos de tensión, mirada de dolor inhumano. Mirada vacía, sin rencor, y que se hunde en la inmensidad de un océano de cabezas que contemplan como sufres la más cruel de las torturas por tus hijos. Tú, Señor, que te aferras a tu COLUMNA y eres AZOTADO, mírame a los ojos, y déjame decirte que te amo.
 
 
Y te pegan, y torturan, y parece que no saben que Tú eres el Rey de Cielos y Tierra. Señor, no llores, no dejes derramar tus lágrimas por esa mejilla inmaculada, que sufre ya las gotas del dolor. Señor, déjame acompañarte en este caminar, para darte SALUD Y BUEN VIAJE.
 






¿Quién ha podido, Señor de mis amores, tallar semejante semblante de hermosura? ¿Fue un hombre o apenas una legión de ángeles del cielo? Dime Señor, ¿qué gubia fue aquella que concibió rostro tal de amor y ternura? Y ¿por qué, Señor, abrazas tu Cruz? Y Él, mirada paciente, llena de amor y de misericordia responderá: "Yo he venido a abrazar tus pecados para salvarte, a cargar con mi Cruz para liberarte de la tuya, a ser Rey de un Reino de otro mundo...en definitiva, para ser NAZARENO de tus pecados".
 

¿Cuántas veces van ya, Señor? ¿Cuántos tropiezos a lo largo de este duro caminar? Dime Señor, ¿dónde mora la Bendita Esperanza? Y mi Dios, hecho madera, responderá: "En una casa blanca, a la ribera del río, para acoger a su Hijo en sus TRES CAÍDAS".
 
 
Mirada al cielo, última súplica de temor, antes de sufrir la más penosa de las muerte. Señor, no mires más arriba...mira hacia tu pueblo, y déjame que sea yo un despojado y déjame claverme contigo, DESPOJADO del Compás.
 
 
Duerme, Señor y Padre mío. Descansa en tu dulce descansar. Cierra los ojos y sueña, con un cielo y una tierra que se llenen de tu amor. Abre tus brazos hacia mí, y déjame abrazarte por última vez. Y baja serena tu cabeza en la más dura y fuerte de las muertes, Señor de la BUENA MUERTE.
 

 
 

 


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